dimarts, 20 de setembre del 2011

Sabrosas melodías

El verano está llegando a su fin. Bueno, eso será en tierras más meridionales ya que aquí no ha parado de llover, ventisquear y atrofiar la sensación benigna del dolce far niente. Claro que en las latitudes en las que me encuentro no se prodiga el verbo latín. Sin embargo sí que les gusta a los lugareños agasajarse con eventos de toda índole. Para muestras, tres botones dispares.

Hace unas semanas, al final de Agosto, se realizó el Preuvenemint. El evento culinario por execelencia de la culta y aristocrática villa fronterera. Desde hace unos treinta años se celebra una reunión que ensalza a los bon vivants y despierta los más delicados apetitos. En esta ocasión se celebró en Vrijthof. Una plaza de tamaño considerable en la que no cabía ni un alfiler. Varias decenas de casetas albergaban delicias de las cocinas de los restaurantes y tiendas de cometibles más emblemáticas. Quesos, vinos, sopas, ostras, champagne, ....

Sería perfecto si no hubiera llovido a cántaros. Los holandeses mantienen intactos los genes vikingos así que son aguerridos y poco temerosos del elemento líquido. Aún cayendo un diluvio la gente no paraba de llegar al encuentro. Y una vez a resguardo de la tromba, qué mejor espera que la de unas tapas exquisitas con vinos lejanos. Podré contar a mis nietos que un día comí una mini hamburguesa de Wagyū. Nunca sabré si dicha carne tenía algún que otro masaje más que el de la preparación del picadillo.

Cuando comento que está la flor y nata gastronómica debo concretar que se trata de una pequeña mentira. El estandarte de cocina internacional de la ciudad y poseedor de una doble estrella Michelin, Beluga, no estaba presente este año. Dicen las malas lenguas que la lucha de egos del mâitre contra el resto de la organización hizo que tomara la decisión de hacer la fiesta por su lado. Así es que este año, sin la propuesta exclusiva de su restaurante, se han trasladado a la otra orilla del río con su Beluga Beach Club, A imagen de cuaquier club ibicenco, grandes tallas de budas colmados de velas se disponen a lo largo de un gran rectángulo con algunas mesas al descubierto sobre fina arena.

El negocio podría ser perfecto si no tuviera los inconvenientes de que no dispone de playa; de que el clima no acompaña a estar al aire libre; que las carpas están alejadas del centro de la ciudad; que el horario de cierre es a la una de la madrugada. Durante el día está (demasiado) tranquilo y sólo se anima pasadas las diez de la noche.

El caso es que en cuatro días, Preuvenemint hizo 1.5 millones de euros mientras que no creo que el club veraniego pueda tan siquiera acercarse. Me recuerda al intento fallido de las patatas fritas que ya relaté al inicio de la temporada veraniega.

Y como manda la tradición, después del Carnaval vienela Cuaresma. En la versión estival eso se escenifica con Musica Sacra Maastricht; el festival de música y arte religioso.

Durante el fin de semana pasado, se realizaron en varias localizaciones de la ciudad conciertos, happennings culturales, representaciones, exposiciones con el motivo religioso como nexo. No se cae en la simpleza de poner reliquias medievales y música cristiana trascendente sino que el hallazgo de la fe debe ser el motor creativo.

Tuve la suerte de asistir a un evento único. El lugar era la Abadía de Sint Benedictusberg, sita en Mamelis A unos treinta kilómetros al Este de Maastricht y justo bordeando la frontera alemana se encuentra en un valle abierto la construcción con mayor dicotomía que he visto en mi vida. Un edificio fortificado del siglo XIX con gran influencia germánica con un mamotreto regio y sobrio obra del padre de la misma orden benedictina Hans van der Laan. Como todos los genios habidos y por haber, tuvo su iluminación con la edificación basada en el número áureo. Con esa sencilla regla y un montón de ladrillos hizo escuela arquitectónica. Y también ya puesto hizo el mobiliario ad-hoc supervisando hasta el más nimio detalle de su diseño y fabricación.





En el nuevo claustro se hizo la presentación mundial de No man's land de Kate Moore. Una especie de paisaje acústico en tres partes con los ocho chelos de Cell8ctet haciendo variaciones tonales con desfases intensificados. Una alegoría del intimismo en pleno recinto cuya norma es el puro y santo silencio.
Obsérvese la atenta y seria pose de la compositora (segunda por la izquierda) justo antes del concierto.



Más vale una imagen que mil palabras. Y mucho mejor poner un extracto de la pieza en formato videográfico. Nótese que el vídeo no fue realizado por mi persona.

Justo después de que los aplausos claurosos se evaporaran las campanas retronaron de forma impertinente para que nos dirigiéramos al interior del recinto para asistir a una misa al estilo gregoriano. El espacio interior respiraba luz y serenidad muy acorde con la introspección que pregonan sus habitantes. El cántico apagado y el intenso incienso embriagaba y adormecía.





Unas cuantos pasos perdidos, fotos no permitidas y de vuelta a la gran urbe con más hambre que espiritualidad.

Acabaré este extenso texto lleno de referencias culturales con la tercera actividad que en breves fechas visitará la ciudad. Una comunión entre la comida (supongo) y la música (menos religiosa y más mundanal): TunaFestival Maastricht.

Por suerte o desgracia (no desvelaré mi parecer) el próximo fin de semana me encontraré en el extranjero. Bien lejos del ronroneo.