Acabo de llegar de realizar la prueba de nivel de holandés. Como uno puede imaginarse, aún habiendo experimentado la lectura concienzuda del manual del calentador, recibido cartas indescifrables y llamadas inquisitivas y contactado líneas telefónicas de soporte; en sólo tres meses mi conocimiento del idioma no ha evolucionado ostensiblemente más allá de gezondheid (salud para los estornudos) y tot en met maandag (hastga el lunes; muy apropiado para días como hoy).
Para poder empezar las clases necesito una evaluación de mi nivel de conocimientos de la lengua. A ello me he dirigido esta tarde sin saber la extensión del procedimiento que iba a ser sometido.
Después de una extensa exposición de mis detalles personales y profesionales ha seguido una retaíla de preguntas con trampa. Como si estuviera jugando al Trivial Pursuit, todas las preguntas eran de "Sociedad" aunque no he ganado ningún "quesito". Questiones como "Si tienes fiebre durante tres días, ¿qué haces?" o "Si a una persona de más de 60 años se le pide la documentación en la calle y no proporciona ningún documento, ¿qué sucede?" o "¿Qué curso cursa un nió de 13 años?" o "Si has ido al banco para abrir una cuenta bancaria de una empresa que acabas de crear en Holanda, ¿qué debes hacer luego?". Para la última pregunta,mi intuición me recomendaría pedir un crédito y huir del país lo más rápidamente posible.
No quieren que la gente aprenda el idioma sino que sepan los elementos esenciales de su cultura y forma de vida. Puedo entender y compartir esa voluntad pero creo que las preguntas son demasiado concretas como para que una persona pueda dar respuestas acertadas.
Para combatir tu baja autoestima en el país de acogida, te presentan unos ejercicios de lógica en los que mezclas pelotas, rayas, palaras y series numéricas. Por suerte el presupuesto no da para más que fotocopias en blanco y negro y, por lo tanto, la variabilidad de combinaciones utilizando colores está vetada.
Creyendo que eso es casi todo, te dan una lista con cuatro columnas de palabras para que las dictes en voz alta. Recordando The King's Speech cogía aire antes de pronunciar sonidos abyectos de palabras abstractas a mi entender. Las palabras van aumentando en longitud y amalgama de consonantes inmiscibles hasta llegar a eiersalade (ensalada de huevo). No es para menos los ídem que tienen en poner senda lista. Por si no fuera poco, te dan varios textos breves con frases inacabables y más te vale no pensar en el ridículo que estás haciendo, ni fijarte en las carcajadas contenidas del evaluador ni intentar entender de qué va lo que estás leyendo. Un trabalenguas, vaya.
Uno ya empieza a sentir resquemor de haber empezado el procedimiento de iniciación al curso pero sin tener mucho tiempo para reflexiones porque ya en la mesa están unas fotocopias con textos. El primero una postal de unos holandeses con chanclas y calcetines, retostados bajo el sol parisino que dicen cosas que no me interesan y, de paso, no entiendo. El segundo texto, denso él, una descripción sobre la maquinaria (ligera y pesada) que dispone el ayuntamiento para la limpieza de las calles. Las respuestas surgen más de la intuición, de la reinterpretación de palabras y mirando dibujos que no de la asimilación del contenido mismo.
Un cuestionario pidiendo mis datos personales, prácticas deportivas, hobbies en general y otras palabras incomprensibles a lo largo de 4 caras culmina mi capacidad narrativa en holandés que es, en definitiva, nula. "¿Has respondido las preguntas en inglés?". ¿Debo responder o es una pregunta retórica?
Sin atender al deficiente nivel que dispongo, proseguimos con la prueba oral. Una conversación en la que un abuelete pide pastillas a una farmacéutica y las preguntas típicas de cuantas tomarse y cómo. Pero para ser el más listo de la clase tienes que saber responder las preguntas de la segunda prueba oral en la que te ponen una locución de la información horaria ferroviaria con eco incluído para dotar de mayor realismo al tema. Vaya, que de ser una situación verídica, seguro que cojo el tren a Groningen (nuestra Cuenca pero sin casas colgantes).
Tres sobrias preguntas sobre mi nombre (¡bien! lo he entendido), mi lugar de procedencia (
¿lo qué?) y mi dirección (!estoy que me salgo!) cierran el cuestionario con una amplia sobrisa benevolente del inquisidor.
Volviendo sobre los lomos de mi bicicleta, luchando contra el plomizo día y el presistente viento, ya no sé si tengo ganas de continuar, de aprender el idioma o promover la lengua de signos para eludir más traumas venideros.