Siendo un acérrimo detractor de las patatas plastificadas y no encontrando placer en las grandes marcas, echo de menos aquellas patatas auténticas que se pueden degustar a lo largo de la piel de toro.
Dicho ésto, no quita que me agencie una bolsa de crujientes patatas ahora que estamos en 'pleno' verano y los invitados que frecuentan mi piso quieren echarse algo al gaznate para acompañar cervezas, vino o cava.
Paseando por el supermercado había una oferta promocional de unas patatas con lindo y sobrio envoltorio. A lo largo del lateral se podía leer beluga. Viendo el diseño claro y diáfano pensé que serían exclusivas si además se tiene en cuenta que se remarca su origen en Devon. Tanta exquisitez tiene su origen en el restaurante con dos estrellas Michellin sito en Maastricht. El chef ha ideado unas creaciones (o reinvenciones) de las simples y ampliamente comidas patatas fritas. Las dos especialidades han sido: sal marina avainillada y curry de Colombo.
Ganas tenía yo de abrirlas y darles el primer bocado pero esperaba tener la ocasión acertada. Un buen trozo de Duitse Biefstuk (bistec alemán) de rund (buey). Al abrir la bolsa, el aroma de vainilla se ha instalado en mis fosas nasales. Como todavía no había empezado a cocinar, se trataba de un arrebato previo a la ingestaalimenticia con una cerveza. El horror no podría haber sido mayor al tener en la boca una mezcla aceitosa que crujía dulcemente. Como si a la vez comiera patatas fritas con un caramelo. Solas aterran. Con cerveza atentan al buen gusto. Con la carne desatan un conflicto armado en el paladar. En un intento de salvar la situación he abierto las patatas al curry. Más bien parece que engulla el bote de curry con aderezo de aceite de cárter.
Desarmado del placer de los tubérculos, me he limitado a comer sanamente el trozo de animal a la parrilla. No se qué pensaría de tal estupidez nuestros amados chefs. Como bien dice el refranero español: 'Para inventos, la gaseosa.'
El mismo día en el que compré sendas bolsas de insensatez culinaria, adquirí un fuet auténtico. Debidamente aireado un par de días y habiendo perfumado el estante dónde se encuentra, los trozos me retrotraen a Catalunya. No se trata del mejor fuet pero si que mejora en mucho al cortado y envasado que ya describí hace unas semanas. En ningún caso reniego de mi integración pero visto lo visto, creo que en mi tierra tenemos más idea sobre el gusto por la comida.
Ya tengo un buen vino blanco (Baluarte Verdejo 2010) con el que acompañar esta deliciosa tapa veraniega. Bueno, lo que se dice verano aquí no 'tenemos de eso'. Cada día llueve, hay viento fresco o como mínimo las nubes nos protegen de padecer insolación. Los pocos destellos de luz parecen advenimientos místicos.