dissabte, 25 de juny del 2011

Ahorro energético

Hace ya unos años España tuvo la desfachatez de superar en un breve periodo de tiempo, unas dos o tres veces, el récord de consumo energético diario. Si no me equivoco estaríamos pasando alguna canícula de las que azotan irremediablemente la piel de toro. 

Desde mi llegada a estas tierras, el gran aliado para sobrellevar las tardes desapacibles era la calefacción. Un tenue ruido constante que abrazaba térmicamente al recién llegado. Los meses han ido pasando y la primavera tuvo una exaltación feroz con temperaturas rozando los 30 grados y la gente cociéndose a la parrilla en la multitud de zonas verdes desperdigadas por la cuidad.

Habiendo superado ya la noche más corta del año y, por ende, del verano uno no echa de menos el aire acondicionado. Es más, ahora mismo tengo la calefacción encendida. Y no se trata de una excepcionalidad. Desde esa primavera lujuriosa en términos climáticos, nos hemos zambullido en el gris perpetuo y los diluvios diarios. Y es que en ningún edificio hay instalado un aire acondicionado que bien podría asemejarse a tener un chubasquero en el desierto de Atacama.




Los diez o veinte grados de diferencia con la tierra patria deben ser aquellos que evaporan del azul cielo cualquier rastro vaporoso y animan al personal al goze de la playa y la paella posterior.



El único aspecto positivo entre tanta apatía es el minúsculo y fugaz arco iris que, obviamente, sólo se observa con nubes y episodios húmedos.

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