dijous, 16 de juny del 2011

Bullicio

Por motivos de trabajo he visitado de nuevo Amsterdam. El gran agujero negro que atrae toda masa humana de la vasta región norteña. El tránsito por los andenes, pasillos y vestíbulos ofrecen al visitante el amplio abanico multicultural que aquí fluye. Un bullicio comparable al del primer día de rebajas o de la gran paellada de record Guinness valenciana de gratuito servicio. Para un provinciano del sur como yo, la bofetada que se recibe es considerable. Escapar de la marisma de gente es algo más fácil que de los batallones de bicicletas que atestan las inmediaciones. Creo que sería buena idea organizar el día de la limpieza de párking en el que el lugar tuviera que quedar desierto de esqueletos trapezoidales con altas dosis de oxidación. Estoy seguro de que aún avisando con mucho tiempo de antelación, la gran totalidad de los vehículos estarían allí el fatídico día. Considero, pues, esos párkings como instalaciones de arte moderno que reflejan las diferentes versiones de aparatos de las que la sociedad neerlandesa ha hecho uso en tiempos recientes, incluyendo todas las tendencias de tuneo. Una especie de cementerio con algo de vida tal como si en los nichos vacíos uno pudiera pasar la noche.


El hotel corporativo es una extensión barata de la misma estación y mi habitación se encontraba justo encima de los raíles con vistas a parte de la Stationsplein (Plaza de la Estación). Un lugar idílico con la guinda de estar orientado al este y recibir el reluciente y caluroso abrazo solar a través de las dobles cortinas ya antes de que sean las 6 de la mañana. Un desayuno con un chorro sintético de zumo de pseudo-frutas, un conglomerado semi acuoso de huevos revueltos, mini bratwurst y alubias con salsa de tomate y un desaliño de fiambres (jamón dulce y chóped) y quesos (queso barra y queso barra con comino). A eso lo llamo yo percibir la alegría de vivir de buena mañana antes de enfrentarse a la jauría humana de la estación colindante.



En fechas pasadas ya comenté la implantación de nuevas edificaciones al este de la estación central. Las calles parecen sacadas de algún emirato árabe por la cantidad de arena que en ellas hay. Agua hay en los canales así que sólo le falta el chiringuito para ser destino turístico de los oficinistas al mediodía. Eso si el clima es benigno, que en estas latitudes significa que no se padece una ventisca con granizo.

Entre andamios y carteles de promociones se encuentran edificios imposibles que flotan de las profundidades del agua como el Klimmuur Centraal, sede de escaladores aficionados y profesionales. Caminando por puentes, subiendo y bajando escaleras y pasando por callejones se llega a la Bibliotheek Amsterdam. Un enorme y sólido cubo de altísimas y diáfanas plantas bañadas de tranquilo blanco nuclear. Sin tener en cuenta el alarde de material a disposición, el recinto invita a su visita y exploración a través del silencio. Cuando el hambre arrecia, los sesudos usuarios y los concertistas del conservatorio adyacente se dirigen all Valpiano. Con precios modestos y cocineros detrás de una gruesa vidriera de media altura, uno puede disfrutar de combinaciones de pasta y pizzas frescas tanto en el interior como en la agradable terraza extrerior. Si se acompaña la ingesta con vino, mi recomendación sería la de no ir a los caldos más caros ya que lo más probable es que lleve varios días en proceso de oxidación y más que bebida se convierta en aderezo de la ensalada. Justo enfrente de la terraza se encuentra el azulado museo científico Nemo que está a unos 100 metros a nado, una bienvenida muy acorde con el nombre acuático.

























Durante esta última estancia en la capital, aproveché para ir la capital  administrativa. La llegada a Den Haag por tren desde Amsterdam se convierte en un espejo del desarrollo desenfrenado que ha acechado y acecha actualmente el país. Otra vez a cuestas con los rascacielos. Despuntan unos monstruos repletos de ventanales con sombreros de armaduras y grúas  reduciendo las medida humana a escala microscópica. La plaza de la estación refuerza mi idea de que de momento la ciudad que aúna belleza, armonía e historia arquitectónica es Maastricht. Todas las demás han sido engullidas por el cemento vertical y la repetición monolítica que las reduce a meros downtowns desprovistos de alma.

El caso antiguo de Den Haag a buen seguro que es merecedor de una visita y disfrute pero en esta ocasión deambulé por el oeste visitando amistades. Las calles son tranquilas y se divisan casas familiares con amplios salones cuyos ventanales reflejan la luz del atardecer tardío y dejan entrever unos preciosos patios al final de la cocina abierta al salón. Vuelve, pues, la máxima holandesa de disfrutar de la vida en el sosegado ambiente familiar. La proximidad del mar ni se huele ni se percibe en la arquitectura. Otro día me acercaré a la misma orilla del Atlántico.


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