dimecres, 19 d’octubre del 2011

Telita, tela

Septiembre no fue un benigno mes meteorológicamente hablando pero Octubre sí que ha desgranado algunas jornadas soleadas con cielos rasos y azuláceos. Un servidor, como los pálidos compadres de estos lares, a la mínima que el rayo de sol se dejó ver, interpuse mi piel antes de que rayo solar acariciara el suelo. Al cabo de un rato la reacción dérmica era ya de un rojizo visible sin que se pudiera discernir si el origen era del efecto de los fotones astro rey o del frío intenso en el que estamos sumidos.

Espejismos de lo que agradable que puede ser estar al aire libre ya que las nubes vuelven a ser los pobladores de los cielos que con desdén remojan los mohosos tejados y aceras. La vida, por eso, no se para y las bicicletas siguen deambulando dejando ahora un fino rastro seco en el pavimento.Y no son las esperadas manchas amarillentas o de colores vivos. Maastricht es una señora ciudad y la gente va bien vestida hasta para ir a tirar la basura. ¡Qué menos que cuando uno va en bicicleta en plena exposición pública!

Las capelinas no son de la devoción de los locales y en su haber contra las gotas malditas se escudan, nunca mejor dicho, con un paraguas. Así pues, la versatilidad en la conducción sobre las bicicletas muda en otoño-invierno con una mano plenamente destinada al manejo y recio control del paraguas. Ni que decir que los que no son duchos en tales malabarismos corren severo riesgo. Y ésto no solo por tener que controlar dos mandos a la vez, como se nos tiene acostumbrados en las extrañas pruebas de psicomotricidad (atención al minuto) para obterner el certificado médico que apoye la renovación del carnet de conducir. La lluvia, como arma arrojadiza que es, puede provenir de múltiples flancos y máxime cuando uno cambia de ruta o se le antoja pasar de una ancha avenida a una estrecha callejuela. Entonces entra otro factor que no es el de la simple orientación de la fina tela impermeable sino que versa en las artes de los esgrimistas para subyugar los ímpetus del protector pluvial cual veleta a unirse a cualquier viento que se cruce.



Entre una cosa y otra, llegar al destino seco es milagroso. Todavía lo es más que el destino no sea el hospital más cercano.

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