dijous, 5 de maig del 2011

Todas las reinas tienen su día

El pasado sábado se celebró, como cada año, el Koninginnedag (Día de la Reina). Podría extenderme a relatar los orígenes de dicha onomástica pero lo resumiré diciendo que los plebeyos empezaron a mostrar sus respetos a la princesa Wilhelmina (Guillermina) hace ya unos 126 años en el último día de Agosto. Hace ya más de 60 años que la fecha se movió al 30 de Abril, fecha de nacimiento de la siguiente reina, Juliana (hija de Guillermina). A ésta la siguió Beatrix (Beatriz), que fue coronada el mismo día que su madre Juliana contaba primaveras y se propuso mantener dicha fecha ya que la de su cumpleaños está en pleno invierno. Eso parece más un artículo de prensa rosa que una explicación histórica de las tradiciones actuales.

El caso es que desde entonces, el pueblo holandés se lanza a las calles ataviado de un naranja subido en su vestimenta y maquillaje entrando en lpena competencia con el Saint Patrick's Day. Así pues, la gente está por la labor de rendir honores a la reina en el trono dedicándole un día entero a la diversión sin paragón a excepción del carnaval de Maastricht.

Me monté en un tren hacia Roermond con destino a Nijmegen para visitar a unas amigas que estaban allí para la celebración y de paso pasar el fin de semana. En el nuvo tren tras el enlace en Roermond llegamos a Venlo y todo el mundo se bajó después de oir unas parrafadas por megafonía. Otra chica y yo nos quedamos sentados en el tren esperando que arrancara de nuevo hasta que vino el revisor y nos reprodujo el mismo texto en vivo y en directo. Habida cuenta de que mi nivel de holandés dista de ser fluido nos indicó que por causa del impacto de un rayo la línea estaba interrumpida entre varias estaciones y que tenía que coger el tren. Entendiendo el desembarco acontecido escasos minutos antes me sorprendió en sobremanera que nadie se dignara en comentarnos que debíamos bajarnos del tren. Tuvimos que esperar que un autobús nos recogiera para hacer el recorrido hasta la siguiente estación. El día era soleado aunque el frescor se resiste a disiparse y con ligeras brisas uno agradece cubrirse con una segunda capa.

Desde dicha estación los comvois se llenaron hasta el tope de juventud animada y dicharachera con alegres conversaciones regadas con cerveza. Eso sí, al llegar a cada estación podía ver las colas organizadas para comprar los billetes de tren. Y es que aquí aunque no haya revisores ni tornos que impidan el acceso a los andenes, la gente sigue a rajatabla las normas de urbanidad y pago de los servicios prestados. No creo que el personal de Renfe se pueda imaginar tal organización en fechas señaladas como San Juan en España.

Nijmegen es una ciudad de tamaño similar al de Maastricht que como peculiaridad tiene que es la más antigua de los Países Bajos con más de 2000 años de historia. Menos cuatro calles del centro, el resto no creo que date más allá de 1960 con altos edificios de escaso gusto arquitectónico. La ciudad se encuentra en la cima de una colina que divisa la planície por donde discurre el Waal. Normalmente en el Día de la Reina la gente saca los adminículos y trastos olvidados en los ricones polvorientos para venderlos. Habiendo empezado mi periodo de desintoxicación de comprar antiguallas en el mercadillo de los sábados, tuve la suerte de no encontrar dicha explosión de mugre en las aceras ya que fácilmente pudiera haber sucumbido. La plaza central, Grote Markt como viene siendo habitual, tiene un edificio en medio casi rozando una de las esquinas. Lo que antiguamente debía ser el ayuntamiento ahora sirve copas amenizadas con música y se llama Eet -en Drinkhuis De Waagh. A diferencia ed otras plazas de mercado que he visitado, aunque esta no es de grandes dimensiones, tiene grandes terrazas a lo largo de un lateral. El día de mercado, el paso se dificulta un poco por las estrecheces entre sillas y ropa interior colgando.









En la fortaleza que da al norte y, por ende al río, se celebró la fiesta. Más bien tenía la pinta de ser una fiesta familiar hippie (con su mercadillo de ropa étnica inclusive) en la que las gafas eran necesarias no para protegerse del sol sino de la polvareda que se levantaba. La animación no era mucha y el único plan era estar estirados en la hierba degustando cervezas y charlando ya que las actuaciones musicales no transmitían mucha marcha. Con el frescor que ya antes he mencionado acechando nuestros huesos, decididos ir al centro. En las calles del centro había algunos escenarios con o bien música heavy amateur o música electrónica exageradamente acelerada y de escaso gusto. Los indivíduos que por allí frecuentaban no se daban por aludidos  al posible baile musical propuesto y tragaban cerveza tambaleándose. Mis amigos se sirvieron de unas hamburguesas de la conocida marca que en ese día hasta pudiera tener más relevancia. Esa fue la elebración sui generis del día de la reina en la que es casi obligatorio ir a Amsterdam dónde los canales se bañan de una marea naranja.


Al día siguiente visitamos Sint-Stevenskerk (Iglesia de San Esteban) que cuenta con una techumbre de madera vista restaurada después de los bombardeos a la que fue sometida en 1944. Tanta historia y caminata por las calles del centro nos hizo hambrientos. El conocido brunch que tanto se degusta en los países anglosajones fue una bendición para nuestros ojos y estómagos aunque sobradamente calórico seguramente.



Un paseo por un parque aledaño de Kronenburgerpark para bajar tanto huevo vino bien para tener un placentero regreso a la urbe que me acoje.





Bonito detalle de la pareja (esquina inferior izquierda) que donó dinero para hacer el banco o bien que en su recuerdo se hizo dicho banco.

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